Angel Picazo: actuar con nobleza
Hidalguía en la voz
Cualquiera que haya tenido alguna vez la inmensa fortuna de
presenciar alguna actuación de nuestro protagonista de hoy, Ángel
Picazo, quedaría sin duda impresionado para siempre por su excelente
voz. Era la suya una voz de terciopelo, que producía efectos balsámicos
en el oyente con su elegante sonoridad de oboe bien templado, que
transmitía serenidad acariciando el oído, como el suave crepitar de una
hoguera milenaria. Una voz, la de don Ángel, portentosa, que se extendía
en el aire sin el menor crujido, desplegándose con la ligereza del
vuelo de una garza y que se correspondía con una presencia noble, sin
afectación, idónea para encarnar ideales que hablaban de estabilidad, de
templanza, de sosiego, de la autoridad que da la razón y que tan llena
está de esa servidumbre que conocemos como responsabilidad.
Ángel Picazo
Alcaraz nació en Murcia en 1917 y murió ochenta y un años después, en
Madrid según unas fuentes y en Barcelona, según otras, víctima de un
cáncer, cuando hacía ya dos lustros que había culminado brillantemente
una carrera profesional como intérprete que se había prolongado a lo
largo de más de cuatro décadas, vinculada al escenario del teatro, a los
estudios de doblaje, a los platós de televisión y a los “sets”
cinematográficos, poseyendo, prácticamente desde su comienzo, la
categoría de primer actor en todos esos ámbitos. Para el público en
general, que le conoció especialmente a través de la pequeña pantalla, era un intérprete similar a otros excelentes colegas suyos, también habituales del medio, como Tomás Blanco,
con el que fácilmente podía intercambiar papeles, aunque en lugar del
matiz a menudo malicioso de éste, su personalidad se mostraba noble y
serena, con una cualidad aristocrática que, sin duda, le hizo idóneo
para encarnar algunos de sus personajes más característicos, siendo, de
entre todos ellos, el más personal, el de Alfonso XIII, por el asombroso
parecido físico que mantenía con el borbón.
Ahora
que nos hallamos tan faltos de actores dignos de tal nombre, recordar
la ejecutoria de uno de los que más honraron su profesión en el siglo
pasado resulta más oportuno que nunca, en el año en el que se han de
cumplir diez años de su desaparición.
En el principio era Jardiel
Como ya dijimos a propósito de Carlos Lemos, o de José María Escuer, en entradas anteriores, o como podríamos decir si nos atreviéramos a hacer lo propio con aquel gigante pelirrojo que fue
Fernando Fernán-Gómez, la figura imprescindible de Enrique Jardiel
Poncela estuvo presente en los comienzos de la carrera de Ángel Picazo.
De hecho, su debut en la escena se produjo representando un pequeño papel en “Los ladrones somos gente honrada” (precisamente la misma obra en la que tuvo su primer papel “con nombre” el citado Fernán-Gómez), en 1942, en la gira por provincias que llevando la obra realizaba la compañía de López Llauder. Por aquel entonces, años de hiriente penuria económica en España, el joven actor nacido en Murcia y formado en Barcelona, cobraba por sus servicios la estupenda cantidad de veinticinco pesetas (al cambio actual estrictamente aritmético, quince céntimos de euro).
Fernando Fernán-Gómez, la figura imprescindible de Enrique Jardiel
Poncela estuvo presente en los comienzos de la carrera de Ángel Picazo. De hecho, su debut en la escena se produjo representando un pequeño papel en “Los ladrones somos gente honrada” (precisamente la misma obra en la que tuvo su primer papel “con nombre” el citado Fernán-Gómez), en 1942, en la gira por provincias que llevando la obra realizaba la compañía de López Llauder. Por aquel entonces, años de hiriente penuria económica en España, el joven actor nacido en Murcia y formado en Barcelona, cobraba por sus servicios la estupenda cantidad de veinticinco pesetas (al cambio actual estrictamente aritmético, quince céntimos de euro).
Simultáneamente
a sus primeras experiencias teatrales, el actor murciano se inicia en
el mundo del doblaje, prestando su prodigiosa voz a las actuaciones de
Charles Boyer, Walter Pidgeon y Gregory Peck, entre otras estrellas del
cine norteamericano. De sus trabajos en este campo no han sobrevivido
muchas muestras, aunque todavía hoy se le puede oír en la versión
española de “Duelo al sol” (King Vidor, 1946) ofreciendo una versión
nasalizada y con matiz canallesco de su propia voz, al servicio del
personaje de Gregory Peck.
La
valía del joven Picazo le sirvió para mejorar rápidamente de estatus e
ingresar en la compañía del gran Rafael Rivelles como galán joven, donde
se mantuvo seis años en los que no hizo sino mejorar su técnica y
madurar su arte. En el transcurso de este fecundo periodo se produjo su
debut en el cine, un medio de expresión que, como en los casos de otros
colegas suyos, como José María Rodero o Manuel Dicenta, no brindó a
Ángel Picazo las oportunidades que su talento interpretativo merecía. No
obstante lo cual, su paso por el mundo del celuloide está adornado con
sus mejores cualidades, de las que le era imposible prescindir:
sobriedad, eficacia y rigor.
Entrada en el cine de la mano de Miguel Iglesias
Aprovechando
un parón profesional motivado por la contratación del titular de la
compañía, Rafael Rivelles, para el rodaje de la cinta que había de
protagonizar a las órdenes de Rafael Gil, “Don Quijote de la Mancha”
(1947), Ángel Picazo se pone a las órdenes de Miguel Iglesias para
debutar en el Séptimo Arte, haciendo el papel protagónico de “Las
tinieblas quedaron atrás”, una película argumentalmente emparentada con
recientes éxitos de las carteleras de aquel entonces debidos a Alfred
Hitchock, como “Rebeca” (1939) o “Sospecha” (1941) o a George Cukor,
como fue “Luz que agoniza” (1944). Con guión de Luis G. de Blain
(Herrerías, Almería 1916 – Barcelona, 2001), en el que fue su debut en
el cine, que adaptaba una historia suya destinada a la radiodifusión,
“La sonrisa de terciopelo”, se trató de una película inscribible en el
subgénero del melodrama criminal con tintes psicológicos, entonces muy
de moda. Se nos narra que una actriz, Diana Loriarte, es pretendida por
dos hombres, Ricardo Marbán y Jorge Santillana y cómo se decide,
finalmente, por el primero, que se la lleva a vivir a una apartada
mansión en lo alto de un acantilado. Empiezan entonces a sucederse
hechos tan inquietantes como amenazadores que llevan a la recién casada a
sospechar que su vida está en peligro y que es su marido (cuya
auténtica identidad sería la de un famoso criminal, un tal Gregar) el
responsable de ello. Cuando está más convencida de que su existencia
está a punto de ser suprimida, aparece súbitamente el otro pretendiente,
Jorge, para dar un vuelco a la excesivamente emocionante vida conyugal
de Diana. El creador de esta trama, Luis G. de Blain (Luis Gossé
Cleyman), creador, por cierto, del popular Mr. Belvedere de la revista
FOTOGRAMAS, quien había cosechado éxitos indiscutibles en la radio, como
las series de género policíaco realizadas en Radio Barcelona “Un buen
detective” y, especialmente “Las aventuras de Taxy Key” (cuya
popularidad la llevó a ser trasladada a la fotonovela, a la historieta
–a través del lápiz de Vicente Roso- y al cine en “Las aventuras de Taxi
Key” –Juan Fortuny,Albert G. Nicolau y Arturo Buendía, 1959 ), y su
protagonista masculino, Ángel Picazo, no fueron las únicas figuras
debutantes en el film. También su estrella femenina, la cantante
Rina Celi, que sólo había intervenido antes en otra película (“El
hombre de los muñecos”, Ignacio F. Iquino, 1941), pero estrictamente
para cantar, era debutante. Rina Celi vivía aquellas fechas un momento
de esplendor que le permitía simultanear su presencia en programas
radiofónicos, actuaciones en salas de fiestas y en revistas como “¡Taxi,
al cómico!”. Su interés en iniciar una carrera como actriz dramática,
potenciado financieramente por un amigo, contribuyó decisivamente a la
realización del film, en el que interpretó un par de canciones. La
carrera dramática de Rina Celi, no obstante sus buenas intenciones, no
alcanzó la misma dimensión que su trayectoria canora y sólo volvió a
actuar en otras dos películas, “La casa de las sonrisas” (Alejandro
Ulloa, 1948) (en la que por cierto, también actuaba nuestra amiga Camino
Garrigó) y “Sabela de Cambados” (Ramón Torrado, 1949).
“Las
tinieblas quedaron atrás” fue una producción modestísima que contaba
con 300.000 pesetas de presupuesto (aproximadamente, la mitad del coste
de un film de nivel medio de la época), de las cuales 55.000
constituyeron el sueldo de su director. A pesar de tener muy
interesantes resoluciones técnicas debidas, en parte, a los buenos
oficios del decorador Alfonso de Lucas, no tuvo éxito y se ganó malas
críticas por parte de los comentaristas más “nacionalistas”, que
arremetieron contra el estilo mimético del cine americano. Críticas que,
precisamente, nos hacen pensar que esta película sería hoy mucho más
“visible” que la mayoría de la producción española de aquellos años y
especialmente más que otros títulos que recibieron mucho mejores
calificaciones en las reseñas de la prensa oficialista.
Al servicio del novato Rovira Beleta
Ángel
Picazo rodó en 1948 a las órdenes de un debutante Francesc
Rovira-Beleta la película “Doce horas de vida”, una producción Aureliano
Campá para Cifesa que se estrenó en Madrid el 10 de noviembre de 1949 y
más de un año y medio más tarde, en Barcelona, con el habitual de las
producciones Iquino, el italiano Adriano Rimoldi como protagonista, en
una historia bastante semejante a la posterior “Con las horas contadas”
(“D.O. A”, el clásico de la serie B dirigido por
Rudolph Maté en 1950). En ella, Ángel Picazo se hace cargo del papel de
Montalvo, el amigo del protagonista. La trama narra cómo, en 1925, en
Tetuán, Miguel Duval, un oficial de la Legión, espera la hora de su
ejecución por el delito de alta traición al haber extraviado unos
valiosos documentos. En las horas previas a su final, consigue convencer
al capitán Montalvo, el oficial de guardia, de que puede demostrar su
inocencia si le concede doce horas de libertad para reunir las pruebas
de su inocencia, para lo que deberá localizar a una misteriosa mujer. El
argumento, debido a Manuel Tamayo y Alfredo Echegaray se basaba en un
hecho real y el reparto incluía nombres tan interesantes como los de Ana
Mariscal (otra habitual en las producciones de Iquino del momento),
Rafael Luis Calvo, José Vivó o Félix de Pomés. Picazo vuelve a rodar
nuevamente, un año después, a las órdenes del director de “Los
Tarantos”, en esa ocasión como protagonista masculino una especie de
vodevil titulado “39 cartas de amor”, una historia de Carlos Blanco con
Tony Leblanc, Gustavo Re, Antonio Riquelme, Julia Caba Alba y Roberto
Font haciéndose cargo de la parte más cómica de la función, y con
Irasema Dillian como Julieta, la belleza que provoca los celos de su
marido, Alberto (Ángel Picazo), el cual, como el personaje de la popular
canción de los setenta de la cantautora Cecilia, “Un ramito de
violetas”, le escribe cartas de amor a su esposa (hasta totalizar la
cantidad reseñada en el título) simulando ser un admirador secreto con
la sana intención de pillarla en una infidelidad. El film, que sobre el
papel parece una comedia alocada y muy divertida, fue víctima de la
incomprensión de los exhibidores y tardó seis años en estrenarse (como
curiosidad sea dicho, en Madrid en una versión artesanalmente
coloreada), pasando, comprensiblemente, dado el desfase, inadvertida.
Seis años de primer actor en el María Guerrero
“La
Carreta”, obra del portorriqueño René Marqués, se estrenó en el Teatro
María Guerrero el 28 de noviembre de 1957, con Pepita Serrador en el
papel principal y con la participación destacada de Joaquín Roa y Mari
Carmen Díaz de Mendoza, con Ángel Picazo como protagonista masculino. La
imagen que acompaña, correspondiente al segundo acto, muestra al actor
reclinado en el regazo de Pepita Serrador, que interpreta el papel de su
madre. El estreno constituyó un gran éxito que cosechó excelentes
críticas, y despertó el “fervor popular” a lo que
tal vez no fue ajeno, además de los muchos méritos artísticos, la
coincidencia con la Semana que organizaban anualmente los estudiantes
portorriqueños en Madrid. El hecho es que en la
carrera teatral de Ángel Picazo, supuso tan sólo una más de las 33
obras que representó en el mismo escenario y siempre con dirección de
Claudio de la Torre, entre noviembre de 1954 y abril de 1960, como
primer actor de la compañía nacional de ese teatro. Aún volvería,
veintitrés años después, en diciembre de 1983, al María Guerrero,
entonces con dirección de José Carlos Plaza, para una lectura
dramatizada de textos de Max Aub, que se tituló “La gallina ciega”, con
José Luis López Vázquez, Ana Belén, Fernando Delgado, Juan Ribó, José
Sacristán, Núria Espert, Julia Guitérrez Caba y Enriqueta Carballeira
como excepcionales compañeros, y, por último, una vez más, en febrero
del año siguiente para interpretar un papel en la escenificación de
“Eloísa está debajo de un almendro”, nuevamente con el mismo director y
acompañado sobre las tablas por Mari Carmen Prendes, Enriqueta
Carballeira, Asunción Sancho, Rafael Alonso y José Luis Pellicena, entre
otros.
En su etapa de actor de la Compañía
Nacional, entre 1954 y 1960, actuando siempre en el escenario del María
Guerrero, Ángel Picazo, intervino en eventos tan destacados como el
estreno de la reputada obra “Hoy es fiesta”, de Antonio Buero Vallejo,
con María Francés, Teófilo Calle, Pastor Serrador y su
esposa, Luisa Sala, Javier Loyola y Elvira Noriega, como compañeros de
reparto, el cual se produjo el 20 de septiembre de 1956. Precisamente a
esta obra pertenece el momento fotografíado por Juan Gyenes en la imagen
que puede verse junto a estas líneas, en la que aparecen Elvira Noriega
y Ángel Picazo. Signo de su innegable popularidad, el autor Alfonso
Paso aparece por tres veces en la lista de las obras que Ángel Picazo
representó en escena en este periodo: la más prestigiosa de todas, “Los
pobrecitos”, se estrenó en marzo de 1957; justo un año después, le llega
el turno a “Catalina no es formal” y, en enero de 1960, se pone en
escena “La boda de la chica”. El elenco de las dos primeras es en gran
parte coincidente con el citado para “Hoy es fiesta”, mientras que en la
obra citada en tercer lugar encontramos la participación del veterano
Mariano Azaña, del brillante Pedro Sempson, de Lina Rosales, de
Montserrat Blanch y de Gabriel Llopart, por citar sólo algunos. Otras
obras que nuestro protagonista de hoy representó en el escenario del
María Guerrero durante aquellos seis años como actor principal de la
compañía de este Teatro Nacional que han resistido, por una razón u
otra, el paso del tiempo, venciendo al olvido, son, por ejemplo, “La
casa de té de la Luna de Agosto” y “La desconcertante señora Savage,
ambas del autor norteamericano John Patrick, “La loca de la casa”, de
Benito Pérez Galdós, la versión de 1955 de “La malquerida” de Benavente,
o “La vida en un hilo” y “Alta fidelidad”, de Edgar Neville.
Más cine, por favor
El mismo año en que Ángel Picazo habrá de pisar el escenario del María Guerrero como primer
actor de la compañía, se ha estrenado la película “¡Crimen imposible?”
(1954) en la que encarnó a Luis Escobedo, uno de los sospechosos de
haber cometido el asesinato del escritor Certal (Gerard Tichy), de quien
es amigo, en la que luce espléndidamente una gabardina tipo trinchera y
en la que fuma con gran distinción “Lucky Strike” (“Golpe afortunado”,
según traducción del personaje). La película, el complejo relato de un
asesinato misterioso narrada en clave de drama psicológico, que
comentamos aquí con motivo de la entrada dedicada a Gerard Tichy (la
víctima del crimen que, precisamente se ha encargado de instigar),
obtuvo importantes premios, tales como los del Círculo de los Escritores
Cinematográficos al mejor director (César Fernández Ardavín), mejor
fotografía (Manuel Berenguer) y mejores actor y actriz principales (José
Suarez en el papel del policía inspector Rafael y Nani Fernández, como
Isabel, su novia y amante ejecutora de la víctima). Además, la Junta de
Clasificación la distinguió con la categoría de 1ª A, lo que suponía una
concesión por parte del Crédito Sindical de un millón cincuenta mil
pesetas. La película, a pesar de reunir todas estas distinciones y
méritos objetivos, no contó con una resonancia popular destacable. Duró
14 días en el cine de Madrid en que se estrenó en septiembre de 1954 y
una docena tan sólo en el de Barcelona, donde se estrenó siete meses más
tarde.
“Han
matado un cadáver” (1961) supuso el retorno de su director, Julio
Salvador, a los derroteros de su película más conocida, que supone un
hito en la historia del cine de ficción criminal, “Apartado de correos
1001”, once años después. Nuevamente, como en el título anterior, nos
encontramos con una trama policíaca que transcurre en las calles de la
ciudad Barcelona, escenario espléndidamente aprovechado, con un final en
un lugar tan pintoresco como es el Pueblo Español, en evidente analogía
con el final del film previo, cuya acción concluía en las conocidas
atracciones Apolo del Paralelo barcelonés. Nuevamente, las fuerzas del
orden se desdoblan en una pareja de policías formada por un veterano y
un novato que mantienen una relación de características
paterno-filiales. El papel del policía experimentado, el comisario Jorge
Rivera, corre a cargo de Ángel Picazo, que cuenta, para disfrute del
espectador, con largas parrafadas que decir. Con el papel de Antonio
Martín, el policía bisoño, apechuga José Campos, que aparece bastante
inseguro pero que cuenta con la inestimable ayuda de la voz del gran
Manuel Cano para sacar su actuación adelante. En la trama, llena de
sorpresas y duplicidades, donde se produce el asesinato doble de Teresa
Montes, una cantante de cabaret a la que la policía suplanta por su
hermana gemela, Margarita, para hacer caer al criminal (papeles
interpretados ambos y de manera sucesiva por la macizorra Colette
Ripert) se encuentran ecos del clásico “Laura” (1944) de Otto Preminger,
en el enamoramiento del joven policía por la víctima del crimen y de la
más reciente “Vértigo” (1958) en la conversión de la segunda mujer en
un duplicado de la desaparecida.
sorpresas y duplicidades, donde se produce el asesinato doble de Teresa
Montes, una cantante de cabaret a la que la policía suplanta por su
hermana gemela, Margarita, para hacer caer al criminal (papeles
interpretados ambos y de manera sucesiva por la macizorra Colette
Ripert) se encuentran ecos del clásico “Laura” (1944) de Otto Preminger,
en el enamoramiento del joven policía por la víctima del crimen y de la
más reciente “Vértigo” (1958) en la conversión de la segunda mujer en
un duplicado de la desaparecida.
Si
“¿Crimen imposible?” cosechó un buen número de premios, no es inferior
el palmarés de “Ensayo general para la muerte” (1963), película dirigida
por Julio Coll, con argumento y guión de Pedro Mario Herrero (autor que
mencionamos a propósito de la entrada sobre Mayra Rey,
al ser el escritor responsable del guión de “Los elegidos”). A los
premios del Círculo de Escritores Cinematográficos a la mejor dirección,
mejor guión y mejor interpretación masculina (para Roberto Camardiel,
por su esforzada creación de un policía francés), se sumaba el premio
Nacional del Sindicato del Espectáculo a la mejor película y también a
la mejor actriz secundaria. En esta película, tan importante en su
momento como olvidada hoy, Ángel Picazo representa el papel del
torturado Henri Torgelais, un empresario teatral que había sido estrella
del violín y que, al quedar manco en un accidente perdió la gloria de
la fama y, simultáneamente, fue abandonado por su mujer, lo que
desencadenó en él un sentimiento de acerada misoginia. Estas
circunstancias le colocan en la posición de sospechoso del crimen de la
esposa del escritor encarnado por Carlos Estrada, sospechoso también, a
su vez. La alambicada trama del film contiene un crimen perfecto y
adulterios varios, además de la obligada investigación criminal. Por
otro lado, la galería de personajes, además del descrito anteriormente
que incorpora Ángel Picazo, incluye a un autor teatral desquiciado, a su
infiel esposa (Susana Campos), a un médico mujeriego encarnado por el
gran José Bódalo, al inevitablemente tosco, pero voluntariosamente
refinado inspector que interpreta Roberto Camardiel, a un agente de
policía seductor de empleadas del hogar, a cargo de Carlos Ballesteros y
a una suculenta criadita joven (Irán Eroy) que canta acompañada de la
guitarra lánguidas tonadas francesas en su acogedor cuartito. Por si
esto fuera poco, el film incluye un breve interludio cómico-costumbrista
a cargo de María Luisa Ponte y Antonio Riquelme los cuales están, como
es natural, estupendos, en los papeles de prostituta y cliente que
acaban en comisaría.
Irrupción en TVE
A
partir de 1964, Ángel Picazo se incorpora a la excelente nómina de
actores de la producción de espacios dramáticos de Televisión Española
convirtiéndose en un rostro popular entre su multi-millonaria y unívoca
audiencia. Interviene con especial frecuencia en las inolvidables
“Novelas” de emisión seriada, llegando a actuar en once de ellas, de
entre las que citaremos a modo de ejemplo “Un noviazgo”, dramatización
de la obra de Carmen Laforet a cargo de Hermógenes Sainz, dirigida y
realizada por Manuel Aguado, que salió “al aire” en julio de 1966, con
la inmensa Irene Gutiérrez Caba como protagonista femenina y con Tina
Sainz, Josefina Serratosa, Ana del Arco, Francisco Melgares,
Adolfo del Río y Roberto Cruz completando el reparto.
Adolfo del Río y Roberto Cruz completando el reparto.
Del
resto de espacios dramáticos en los que intervino Ángel Picazo, que
incluyen un buen número de “Estudio Uno”, por supusto, hemos elegido
hablar de la adaptación de Jean Anouilh de la tragedia de Sófocles
“Antígona”, dirigida por Juan Guerrero Zamora, con Nuria Torray, Maite
Blasco, Jesús Puente y José Calvo, que fue emitida dentro del espacio
“Primera fila” y en la que nuestro protagonista hacía el papel de
Creonte. Elección que hemos hecho, entre otras razones, además del valor
artístico intrínseco, para mostrar cómo las gastaba TVE a la hora de
programar el “prime time” (la obra se pasó a las 22:30 de un miércoles
por la única cadena que había).
En
1969, le cabe a Ángel Picazo el honor de intervenir en la primera
realización para TVE del entonces innovador y hoy mito televisivo, el
rumano Valerio Lazarov, “El irreal Madrid”, un espacio diseñado y
encargado con la finalidad prioritaria de cosechar algún premio
internacional que, a modo del “La, la, la” eurovisivo, proyectara una
imagen de modernización y normalización del régimen franquista. Al
margen de los propósitos que generaran su engendramiento (que se vieron
recompensados con una Ninfa del Festival de Montecarlo, la
correspondiente al mejor guión), lo cierto es que el programa permanece
en la memoria de la historia televisiva como uno de los más originales y
transgresores (dentro de un orden) de la época, resultando un agitado
cóctel de delirio “pop” y de humor absurdo, en el que se encuentran,
chocantemente a sus anchas, actores tan tradicionales como el propio
Ángel Picazo o el entrañable Ángel Álvarez, o los bruguerescos Emilio
Laguna y Luis Morris, o la impagable Lola Gaos o las estupendísimas
Claudia Gravy, Iran Eroy, Elisa Montés y la malograda Soledad Miranda.
El leve hilo argumental del programa, entreverado de actuaciones de
ídolos de la música ligera, consistía en unas alucinantes pruebas de
resistencia que habían de forjar los indestructibles espíritus de los
seguidores de un equipo de fútbol que no era otro que el más
internacional y sólido valor “mediático” de la España de entonces, el
Real Madrid.
En
un línea decididamente divergente, y hasta opuesta, se situaría la
serie de películas que Juan de Orduña dirigió adaptando al cine las
zarzuelas más populares y reconocidas. Se trataba de films que se
estrenaron en salas de cine, pero que había producido TVE y que ésta
emitió semanalmente, una vez la corta carrera comercial de las películas
había terminado. De entre todas ellas, a Ángel Picazo le correspondió
intervenir en “El huésped del sevillano”, encarnando, con la hidalguía
serena que le caracterizaba, a Miguel de Cervantes. A su lado se hallaba
la pareja formada por el gracioso habitual de toda la serie, Antonio
Durán y su mujer (a la que conoció precisamente, durante el rodaje de
estas zarzuelas), la increíblemente hermosa María Silva, también
intervenían la más cercana María José Alfonso, los galanes Manuel Gil y
Rubén Rojo y los maravillosos característicos José Franco y José Orjas.
Algunas películas más en las que salió y dos en las que no sale
Si
alguna película, en la carrera de Ángel Picazo, necesitaba
imperiosamente de su presencia para aspirar a existir, esa fue, sin
duda, la que dirigió el zaragozano Santos Alcocer en 1964, “Las últimas
horas”, drama histórico cuya credibilidad se sostenía en gran parte en
la asombrosa creación que nuestro protagonista hacía del personaje de
Alfonso XIII, con el que, no nos cuesta repetirlo, le unía un parecido
más que remarcable. La película, por desgracia para sus responsables, no
estaba bien resuelta. A su evidente intencionalidad ideológica de signo
reaccionario sumaba las carencias de Santos Alcocer a la hora de
ejercer la dirección. La
carrera del cineasta aragonés, trasladado ya desde niño a Madrid, se
inicia en el terreno de la producción, trabajando en un primer momento
para la “Emisora Films” de Iquino y luego para “Paesa Films” y “Amsara
Films” (empresa con la que produciría los primeros éxitos de Pedro
Lazaga, como “La patrulla”-1954-) hasta que funda su propia productora,
“Santos Alcocer Producciones Cinematográficas”. En ese momento decide
asumir él mismo las tareas de dirección, pero conservando el que
considera su “olfato comercial”, con lo que elige temas que considera
éxitos seguros para llevarlos a la pantalla. Lamentablemente, sus
apuestas, de tan timoratas, se saldan con rotundos fracasos. Confía en
el fenómeno del cine folklórico racial y se estrella con “La novia de
Juan Lucero” (1958) y “Puente de coplas” (1961), convencido que las
fuerzas combinadas de “estrellas “ como el torero turolense Ángel
Peralta y Juanita Reina por un lado y Antonio Molina y Rafael Farina por
otro, van a reportarle sendos taquillazos, pero se equivoca
estrepitosamente. Si bien no con la rotundidad de lo acaecido con el
estomagante
film “Pachín, almirante” (1961), insufrible intento de repetir el
respaldo popular que obtuviera “Recluta con niño” (Pedro L. Ramírez,
1955) con el pobre Julio Riscal y un niño en verdad repelente llamado
Angelito. Al escaso resultado comercial del film protagonizado por Ángel
Picazo sobre las últimas horas del reinado de Alfonso XIII, tuvo que
sumar todavía los fracasos de sus dos películas que intentaban emular la
rentabilidad del entonces de moda “sello Corman”: “El enigma del ataúd”
(1966) y “El coleccionista de cadáveres”(1967) film que contiene, al
menos, el valor histórico de presentar la última actuación (con permiso
de “Targets”, de Bogdanovich) del gran Boris Karloff. Una carrera, la de
Santos Alcocer, que ejemplifica hasta qué punto puede uno equivocarse
en sus decisiones pues, si como productor las cosas le iban bastante
bien, cuando tomó la decisión de encargarse de dirigir sus propios
films, encadenó un fracaso tras otro, logrando no sólo demostrar que no
era director, sino también perdiendo el tino que parecía haberle
acompañado como productor. Con todo, suyo es el mérito de haberle dado a
Ángel Picazo un papel tan idóneo que permite identificar al actor con
el personaje a pesar del paso del tiempo y también, dar pábulo a
habladurías tan inauditas como la que se sustenta en la base
internáutica IMDB, según la cual el actor nacido en Murcia era hijo del
propio monarca Alfonso XIII.
En “Estambul
65” (Antonio Isasi-Isasmendi,1965), Ángel Picazo hace el papel del
calmoso comisario Mallouk, ostigador de las actividades delictivas del
protagonista, el simpático Tony Mecenas (Horst Buchholz cuando
estaban frescos aún sus éxitos en “Los siete magníficos” – John
Sturges, 1960- y “Uno, dos, tres” –Billy Wilder, 1961-), propietario de
un garito de juego clandestino en el que trabajan sus secuaces Álvaro de
Luna y Gustavo Re. El film supuso el
inicio de una racha de éxitos internacionales de su director, dignos de
competir en su propio terreno con el cine comercial norteamericano,
mérito extraordinario de Antonio Isasi-Isasmendi, que nunca se ha
reconocido lo bastante, en una cinematografía tan paupérrima como la
española. A la habilidad de su realizador para facturar productos
competitivos en las taquillas de todo el mundo no es ajena la eficacia
de los competentísimos actores empleados. A los ya citados, en la
“bondiana” “Estambul 65” debemos citar, por ejemplo, a Jorge Rigaud,
Luis Induni, Klaus Kinski, Gerard Tichy, Agustín González y la guapísima
Sylva Koscina. La participación de Ángel Picazo no representa parte
significativa del metraje, pero su composición, elegante y discreta, del
servidor de la ley encomendado está a la altura de las mejores
creaciones análogas por parte de sus colegas de Hollywood. Debido al
sistema de producción empleado, Ángel Picazo, experimentado doblador,
vio en esta ocasión su prodigiosa voz sustituida por la de otro
sensacional profesional, Felipe Peña, uno de los dobladores habituales
de John Wayne.”Estambul 65” contó con un presupuesto de 100 millones de
pesetas que en pantalla daban una sensación de aún mayor holgura, de los
cuales, un millón y medio correspondía a los emolumentos de
Isasi-Isasmendi, dato que invito a contrastar con los apuntados antes
sobre el film de debut de Ángel Picazo en el cine, rodado unos veinte
años atrás por Miguel Iglesias, “Las tinieblas quedaron atrás”: 300 000
pesetas de presupuesto y 55000 para pagar a su director. Efectivamente,
si las tinieblas pueden equipararse a la precariedad económica, da la
sensación de que “quedaron atrás” con el transcurso de esos veinte años.
Otras
películas en las que Ángel Picazo intervino fueron “Pacto de silencio”
(1949, Antonio Román), que constituye la única ocasión en la que el gran
crítico de cine Alfonso Sánchez firma un guión; “La bella Mimí” (1960,
José María Elorrieta), “Encrucijada para una monja” (1967, Julio Coll),
“La curiosa” (1972, Vicente Escrivá), “Las verdes praderas” (1976, José
Luis Garci) y también (lamentamos decir que) puso su extraordinaria voz,
como narrador, al servicio del documental “Franco, ese hombre” (1964,
José Luis Sáenz de Heredia). Por último, citemos, hablando de cosas
demoníacas, “Las joyas del diablo” (1970, José María Elorrieta), una
exótica coproduccion hispano-canadiense-tunecina de la que hemos colgado
una imagen junto a estas líneas, donde aparece al lado de Ángel Picazo
un actor argentino que trabajó profusamente en aquellos años,
especialmente en producciones de género de aventuras o terror, Vidal
Molina.
Dos películas en las que Ángel Picazo
no sale son las dos versiones que de la famosa zarzuela “La Revoltosa”
realizó José Díaz Morales. Tal afirmación, que puede parecer gratuita,
tiene una justificación y es ella que, por un lado, la base de datos
IMDB coloca a Ángel Picazo en la versión en color estrenada en 1963, con
Germán Cobos y Teresa Lorca como protagonistas, mientras que el
magnífico libro de Carlos Aguilar y Jaume Genover, “Las
estrellas de nuestro cine”, lo sitúan en la versión en blanco negro que
se había estrenado quince años antes, en 1949, con Carmen Sevilla y
Tony Leblanc en los papeles principales. El hecho cierto es que no
aparece en ninguna de ellas. Tomás Blanco, de quien hemos dicho que
podía intercambiar papeles con nuestro protagonista de hoy, actúa,en
cambio en las dos, haciendo el papel del prestamista. Por emplear un
símil futbolístico, en lo que se refiere a “La Revoltosa”: Tomás Blanco:
2, Ángel Picazo: 0.
Siempre, el teatro
Después
de sus seis años en el María Guerrero, y compatibilizándolo con sus
actuaciones en televisión y cine, Ángel Picazo pasa a ocupar con su
arte, de manera sucesiva, y también por periodos de media docena de
años, los escenarios de los teatros Lara, Arlequín, Goya, e Infanta
Isabel, prolongando más allá de los cuarenta años una carrera teatral
que se había iniciado en 1942. A lo largo de esas décadas, representa
obras como “El charlatán”, de Rodríguez Buded, “El vicario de Dios”, de
Juan Antonio de Laiglesia, “Tres testigos”, de José María Pemán, y, por
ejemplo, “Encuentro en otoño”, de Aleksei Arbuzov, con Conchita Montes y
“Salvar a los delfines” de Santiago Moncada, con Amparo Rivelles, las
dos últimas, estrenos de 1979. Ya en
los años imposibles años ochenta, Ángel Picazo obtiene dos grandes
éxitos personales con la representación de dos clásicos del Siglo de
Oro. En 1982, representa el papel de Basilio en una versión de “La vida
es sueño” de Calderón de la Barca, con Luis Prendes como compañero de
reparto, y obtiene el premio “Ricardo Calvo” de los “Villa de Madrid” de
aquel año, concedido en las vísperas de San Isidro por un jurado
formado por José Luis Pellicena, Eduardo Haro Tecglen, José Luis Alonso,
Alberto González Vergel y Enrique del Moral, que aunque premia en
principio a todo el conjunto de su labor, mucho tiene que ver con la
actividad del momento en que se concede. Tras afirmar que “había tenido
suerte” y tras mostrar su admiración por la figura que daba nombre al
premio recibido “Yo le vi. En el verso era excepcional”, Ángel Picazo,
en unas emocionantes, por lo que contienen de ilusión y deseo de mejorar
en alguien que cuenta con una experiencia tan prolongada,
declaraciones, afirma: "todo premio aumenta la moral y las ganas de
luchar, la afición a este oficio y sobre todo, la necesidad de
superarse. A eso es a lo que obliga que la próxima interpretación sea
mejor que la anterior".
La
culminación de la carrera teatral de Ángel Picazo podemos situarla en
su interpretación de don Lope de Figueroa en el montaje de 1988 de “El
alcalde de Zalamea”, de Lope de Vega, en
versión de Francisco Brines, con Jesús Puente, como Pedro Crespo. El
enfrentamiento dialéctico que mantienen ambos personajes, entre el honor
del individuo y la honra de los estamentos, al decir de las crónicas y
libros que recogen la historia del Teatro en España, ha merecido el
honor de figurar en ellos con la máxima distinción. Ciertamente, resulta
difícil pensar en un intérprete más capacitado que Ángel Picazo para
respaldar con gallarda solvencia la posición antipática de lo que
podríamos llamar “lo
establecido”, pero si alguien puede hacer despertar complicidad con una
cosa tan desprestigiada como ese concepto, ese era el gran actor
murciano. Prueba de la categoría del suceso obtenido por nuestro
protagonista de hoy son las siguientes líneas, extraídas del libro de
memorias de quien era por aquel entonces director de la Compañía
Nacional de Teatro Clásico y programador, por tanto, de sus
espectáculos, Adolfo Marsillach (“Tan lejos, tan cerca” Tusquets): "Me
alegré muchísimo del gran éxito de Ángel Picazo en el don Lope de "El
alcalde de Zalamea" -un sólido actor marcado ya por la edad y la
desventura, al que los más jóvenes desconocían y que a todos
deslumbró-." Sirva este reconocimiento público de una gran figura de la
cultura española, como fue Marsillach de colofón a esta entrada,
homenaje al enorme actor que fue Ángel Picazo. Sólo nos queda una duda
que planea un tanto desazonante sobre nuestro ánimo: ¿Cuál fue la
desventura que le había marcado?
espectáculos, Adolfo Marsillach (“Tan lejos, tan cerca” Tusquets): "Me
alegré muchísimo del gran éxito de Ángel Picazo en el don Lope de "El
alcalde de Zalamea" -un sólido actor marcado ya por la edad y la
desventura, al que los más jóvenes desconocían y que a todos
deslumbró-." Sirva este reconocimiento público de una gran figura de la
cultura española, como fue Marsillach de colofón a esta entrada,
homenaje al enorme actor que fue Ángel Picazo. Sólo nos queda una duda
que planea un tanto desazonante sobre nuestro ánimo: ¿Cuál fue la
desventura que le había marcado?
Bibliografía
Además
de diversa hemeroteca internáutica, entre la que destacaría la
necrológica que a Ángel Picazo le dedicó Javier Villán en la edición
virtual del diario El Mundo, este burgomaestre ha manejado los
siguientes libros:
“Las
estrellas de nuestro cine” (Carlos Aguilar Jaume Genover, Alianza
Editorial);“Miguel Iglesias Bonns. Cine de género y cult movies” Ángel
Comas (Cossetània edicions); “Rovira-Beleta. El cine y el cineasta”
Carlos Benpar (Laertes, 2000);“Cineastas aragoneses” Javier Hernández
Ruiz, Pablo Pérez Rubio (Ayuntamiento de Zaragoza,1992);“Antonio
Isasi-Isasmendi, el cineasta de la acción”, Jordi Battle Caminal
(Filmoteca de Catalunya,2005);“Brumas del franquismo” ,Francesc Sánchez
Barba (Universitat de Barcelona, 2007);“Teatro español (de la A a la Z)”
Javier Huerta Calvo, Emilio Peral Vega, Héctor Urzáiz Tortajada
(Espasa)
Muestra con valor :
Breve
fragmento de la película “Han matado a un cadáver” en el que Ángel
Picazo demuestra que es posible hablar con claridad, sin atropellarse,
aturullarse ni farfullar, y decir una serie de frases que resultan
perfectamente inteligibles para todo el mundo. El guionista, Enrique del
Río, por añadidura, regala en esta secuencia una simpática sentencia a
propósito de la siempre controvertida inteligencia de la policía.
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